miércoles, 21 de octubre de 2015

DOS MUJERES PARA LA HISTORIA LITERARIA
          
          No sé de qué hablar... ¿De la muerte o del amor? O  es lo mismo... ¿De qué?...
...Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras... Yo le decía: “Te quiero”. Pero aún no sabía cómo le quería... No me lo imaginaba... Vivíamos en la residencia de la unidad de bomberos, donde él trabajaba. En el piso de  arriba.  Y  otras  tres  familias  jóvenes,  con  una  sola  cocina  para  todos.  Y  abajo,  en  el    primero, estaban  los  coches.  Unos  camiones  rojos  de  bomberos.  Éste  era  su  trabajo.  Yo  siempre  estaba  al corriente: dónde se encontraba, qué le pasaba. 
       En  medio  de  la  noche  oí  un  ruido.  Miré  por  la  ventana.  Él  me  vio:  “Cierra  las  ventanillas  y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto”.
        No  vi  la  explosión.  Sólo  las  llamas.  Todo  parecía iluminado...  El  cielo  entero...  Unas  llamas altas. Y hollín. Una calor horrorosa. Y él seguía sin regresar. El hollín era porque ardía el alquitrán; el  techo  de  la  central  estaba  cubierto  de  asfalto. Sobre  el  que  la  gente  andaba,  como  él  después recordaba, igual que sobre resina. Sofocaban las llamas. Tiraban el grafito ardiendo con los pies... Se fueron sin los trajes de lona;  se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal...
        Las cuatro... Las cinco... Las seis... A las seis nos disponíamos a ir a ver a sus padres. A plantar patatas.  De  la  ciudad  de  Prípiat  hasta  la  aldea  Sperizhie,  donde  vivían  sus  padres,  hay  cuarenta kilómetros. A sembrar, arar... Era su trabajo favorito... Su madre recordaba a menudo cómo ni ella ni su padre querían dejarlo marchar a la ciudad; le construyeron incluso una casa nueva. Pero se lo llevaron al ejército. Sirvió en Moscú, en las tropas de bomberos,  y cuando regresó sólo quería ser bombero. No quería ser otra cosa. (Calla)
        A  veces  me  parece  oír  su  voz...  Oírle  vivo...  Ni  siquiera  las  fotografías  me  producen  tanto efecto como la voz. Pero no me llama nunca... Y en sueños... Soy yo quien lo llamo...


Estás leyendo a Svetlana Aliexievich, la nueva Premio Nobel de Literatura 2015, porque, como la Academia Sueca ha reconocido, su obra “hace un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo".
Esta obra, titulada Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (1997, publicado en España en 2006) es una de las más desgarradoras. Es también autora  de La guerra no tiene rostro de mujer, en la que se centra en las mujeres que combatieron en las filas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial y  Zacharovannye Smertiu (Cautivados por la muerte) sobre los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista.
 La obra de esta escritora ucraniana se caracteriza por ser una voz profundamente crítica con la antigua Unión Soviética y con las secuelas que ha dejado en sus habitantes.



Otro rostro de mujer lleva el Premio Planeta 2015, el mejor dotado de las letras españolas. La escritora albaceteña Alicia Giménez Barlett es su ganadora, la llamada “dama del crimen”. Con ella se ha dado a la novela negra el lugar que merece. Ya ganó en 2011 el Premio Nadal por Nadie quiere saber, una novela que encumbraba a su famosa detective Petra Delgado.
La negra historia con la que ganó este vez es la de Javier e Irene, un profesor en paro y una empresaria abandonada. Ambos viven profundas crisis personales que acaban en el mundo de la prostitución masculina...

No hay comentarios:

Publicar un comentario